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La leyenda de El Dorado es famosa en el mundo por la búsqueda desesperada del oro indígena por parte de los conquistadores europeos. Una historia enigmática, llena de incógnitas que muestran los extremos de la codicia, un saqueo cruel y el exterminio, casi absoluto, de la cultura muisca.

No obstante, a los cruentos hechos, el despojo y la destrucción que reportan los relatos de indias, han sobrevivido lugares míticos, llenos de secretos que se sienten en el aire. El páramo de Chingaza es uno de estos espacios que preserva el inmutable sentido que tenía la vida para los antiguos muiscas y que debes conocer. 

Rumbo al páramo sagrado 

Guasca es un municipio aledaño a la capital del país y muy cerca de allí se ubica Chingaza. De Bogotá a Guasca hay apenas 52 kilómetros (en tiempo: algo más de 1 hora) la salida está hacia el norte de la ciudad y se puede llegar por la vía a La Calera o por la Autopista Norte rumbo a Tunja (la capital de Boyacá). 

Una vez en Guasca, basta preguntar para descubrir cómo llegar. El acceso al páramo es complejo, la geografía colombiana (montañosa en esencia) es implacable, por lo tanto, solo acceden vehículos hechos para surcar caminos de laderas, piedra robusta y roca escarpada.

“Acá creen que un último modelo 4x4 sube sin problema. Yo he tenido que sacar carros que se han quedado atascados en el camino” Me cuenta Plinio, mientras timonea un montero modelo 70 sobre el rudimentario sendero “Después de los pinos van a ver una cabaña que es la bienvenida al parque natural; muchachos esto no es nada fácil, hay que saber gatear con el carro entre el agua y el barro” advierte. Este es apenas el inicio.

La Cabaña

En la falda de la montaña está una bonita cabaña de madera que sobresale entre tanto verde. La fatiga es notable y el anuncio de la entrada da las razones “Parque Nacional Natural Chingaza, bienvenidos, sector de Siecha 3350 m s. n. m.” 

La Corporación Autónoma Regional es el ente que administra el acceso al mítico lugar; allí, en la cabaña, es necesario hacer un registro, atender las recomendaciones de bioseguridad y seguir las instrucciones. El páramo es implacable y el respeto por la naturaleza es esencial para que obtengas una experiencia de vida absoluta.

La indumentaria es importante aquí: un buen abrigo (estarás expuesto a una sensación térmica que puede rondar los 4,5°C o menos), botas de pantano (el lodo y la tierra húmeda son parte del terreno), guantes y gorro para el frío (los vas a necesitar) y bloqueador solar (raro, pero ineludible). 

“Bienvenidos, están ingresando a territorio sagrado indígena. Aquí protegemos el agua” Un anuncio para los recién llegados y de inmediato una plegaria. José Daniel, guía de turismo del Instituto Distrital de Turismo, me entrega una antigua plegaria muisca y me dice: “Es mejor pedir permiso a la naturaleza para entrar con confianza al gran páramo”. Sin dudarlo, la ofrezco con vehemencia.

Sendero de Siecha

El ascenso hacia Siecha es pronunciado, la pendiente empinada y los escalones llenos de grava.  A lado y lado del escalonado sendero hay canales por donde corre el agua. La respiración se dificulta con cada paso, el paisaje se empieza a despejar y el sonido etéreo del preciado líquido hace que todo empiece a tomar forma.

“Aquí reside la memoria de un pueblo cuya vida giraba alrededor del agua. Para los muiscas la humanidad surgió en una laguna y la vida se renueva a partir del encuentro entre Sue (el sol) y Sie (el agua)” así dice una de las placas apostadas en el camino. Sin duda, la ruta la marca el agua, solo es necesario conectar los sentidos, afinar el oído, detectar las claves y descifrar el llamado hacia una leyenda que vive allí. 

El rey del páramo

Así, con todos los sentidos dispuestos, basta abrir los ojos y ver musgos verdes, piedras cubiertas de líquenes naranjas y follajes altos. En Chingaza se han registrado al menos 383 especies de plantas y la flora total puede superar 2.000 especímenes.

Luego de varios minutos de ascenso verás al rey sobre la montaña: el frailejón, el símbolo del páramo. Una planta perpetua de un tono blanco grisáceo, en cuya base las hojas ovaladas se disponen en forma de espiral para proteger el nacimiento de una bella y amarilla flor, notable entre cientos de plántulas que parecieran petrificadas por el tiempo.

Los frailejones son plantas extraordinarias que pueden vivir hasta 100 años, crecen de 1 a 4 centímetros por año y guardan hasta 25 veces su peso en agua.

Hacia las Lagunas 

La ruta hacia las 3 lagunas sagradas la marca un camino de madera bien dispuesto. Desde que inicias el ascenso hasta el final del recorrido encontrarás 20 estaciones que conforman el sendero; cada estación está marcada con números arábigos y su equivalente en lengua muisca, además, contiene detalles del ecosistema, la historia y, por supuesto, la leyenda de El Dorado.  

Al andar verás cómo el panorama se abre, la bruma cae y las montañas se muestran con unos pliegues muy extraños, parecen escalinatas que despuntan hacia el cielo. El frío toma forma de niebla y con un vaivén merodea alrededor de las puntas de la “cuchilla” como se le conoce a este sector. 

Allí, tras la montaña, se ubica el primer espejo de agua, (la laguna de Patos); luego, a una distancia considerable, está la segunda anegación (la laguna de Guasca o de en medio) y al final, cuando finalizas el sendero, a unos 3.500 m s. n. m., está la última de las lagunas sagradas: Siecha o la desaguada.

En este espacio encuentras una de las escenas más bellas de la geografía del país. El lugar donde nace el agua y permanece para siempre, por donde los muiscas dejaron huellas imborrables hace miles de años; un lugar que representa el pacto entre el hombre y la naturaleza. Esta es una postal infinita que mezcla la realidad, la mística y la leyenda.

El páramo es un lugar dorado y sagrado. La pureza del aire, las sensaciones que evoca la tierra y los millones de recuerdos que te reconectan allí, hacen de esta una experiencia de vida. Muy cerca de Bogotá comprenderás el origen de todo, a partir del legado ancestral que vive en el páramo de Chingaza.

 

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